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Conectamos bosques, personas e historias

¿Te imaginas caminar desde Mashpi hacia el norte y llegar a la reserva de Cotacachi Cayapas; o hacia el sureste hasta la reserva de Mindo-Nambillo, en un solo “sendero” conectado?

Por Paula Iturralde-Pólit

Foto: Estefanía Bravo

El oso de anteojos y otros mamíferos grandes no solo podrían aprovecharlo sino que lo necesitan porque su vida ocurre en espacios amplios.

En ecología, cada animal necesita de un ámbito de hogar específico, variable según su tamaño, tipo de alimentación y capacidades de dispersión. Corresponde al espacio que utilizan para comer, aparearse, refugiarse y protegerse. El oso de anteojos por ejemplo, ocupa un área bastante extensa; las hembras pueden llegar a necesitar 1500 hectáreas y los machos cerca de 6000 hectáreas en un año 1 , siendo el espacio mínimo adecuado para que los osos cumplan sus actividades ecológicas. Esto quiere decir que los bosques naturales protegidos no siempre tienen suficiente área para que ocurran las interacciones adecuadas entre las especies presentes que le dan vitalidad al bosque. Los animales necesitarán atravesar esos límites para conseguir refugio y alimento, para cuidar a su descendencia y también para conectarse con individuos diferentes a los de su manada, lo que les permite disminuir el grado de consanguinidad, evitar enfermedades y tener una descendencia fuerte.

La construcción de carreteras, la expansión de áreas destinadas a la agricultura o actividades extractivas han ocasionado la pérdida de millones de hectáreas de bosque nativo y han dividido radicalmente el hogar de muchos animales. Son actividades que merman los bosques y su funcionalidad con un efecto dominó en el que la biodiversidad que lo representa se ve obligada a adaptarse a un espacio reducido o buscar alternativas, a veces riesgosas, que disminuyen la capacidad de supervivencia de las especies.

Un área fragmentada pierde la conectividad y se convierte en un rompecabezas al que le faltan piezas; piezas esenciales que les dan a los animales la posibilidad de trasladarse libremente dentro de su ámbito de hogar.

Imagina, por ejemplo, que vas por la ciudad de Quito en bicicleta y de un momento a otro te encuentras con una quebrada que te impide pasar. Si sucede, tienes dos opciones: dar la vuelta y regresar por donde venías sin poder llegar a tu destino ni cumplir la actividad que habías planificado, o rodear la quebrada hasta que puedas recuperar el camino con los posibles riesgos que eso conlleva. Esto les ocurre a los animales cuando las áreas fragmentadas les quedan pequeñas y encuentran barreras físicas imposibles o peligrosas de atravesar.

Ciertamente, las barreras naturales existen (montañas, ríos, quebradas, clima). Ellas determinan los rangos de distribución de la fauna y flora y nos ayudan a reconocer las diferencias entre los mosaicos de vegetación que dan lugar a los ecosistemas y paisajes. La fragmentación, en cambio, genera barreras artificiales que interrumpen esa distribución; lamentablemente ocurre desde hace tantos años que nos hemos acostumbrado a verlo como normal. Esto no solo nos afecta en el adjetivo de ser megadiversos sino que perjudica también nuestra posibilidad de obtener los servicios ecosistémicos de los cuales nos beneficiamos y dependemos.

Quedan pocos espacios intactos, y en lo primero que hay que pensar es en el tamaño de los fragmentos remanentes; es claro que mientras más grandes mejor porque no es lo mismo proteger un parche de bosque de 2500 hectáreas que proteger 250 parches de diez hectáreas cada uno. Aunque finalmente el área total es la misma, los fragmentos pequeños se convierten en “bosques vacíos” porque no generan las condiciones adecuadas para mantener la diversidad de especies. También, es imprescindible que haya nexos entre parches, y aquí, entra el famoso concepto de conectividad muy conocido con el nombre de corredores biológicos.

La creación de corredores biológicos es como restaurar las arterias de los bosques para devolver el flujo de diversidad y el equilibrio ecológico necesario. Así, las áreas protegidas dejarán de ser islas flotantes rodeadas por un mar de actividades humanas. Los corredores biológicos fortalecen la salud de los bosques porque cumplen con la misión de reconectar áreas y dar a las especies la posibilidad de migrar a nuevos hábitats, en especial cuando necesitan adaptarse a cambios ambientales o cuando sus ámbitos de hogar superan el área de un fragmento de bosque. Para construirlos tenemos la ventaja de poder ser astutos, creativos y responsables en la forma de conectar áreas naturales y ese es el objetivo principal de la Fundación Futuro que quiere devolver la funcionalidad a los bosques del noroccidente de Quito.

Es importante aclarar que un corredor biológico no es sinónimo de restaurar bosque en forma de senderos dentro de un área seleccionada para conectar parches naturales. En realidad, pueden construirse a través de actividades de uso sostenible de la tierra. Para lograrlo, una estrategia útil, es considerar a los ríos y las áreas colindantes a cada lado de sus orillas como senderos ideales de conexión, los llamados bosques ribereños. Pero sobre todo, es un esfuerzo conjunto con las poblaciones y dueños de tierras en el área para convertirlas en zonas de amortiguamiento a través del impulso de actividades sostenibles compatibles con la conectividad entre las que destacan las fincas agroecológicas y agroforestales.

Construir corredores biológicos es como jugar tetris: aunque hayamos perdido las piezas del rompecabezas, podemos rellenar espacios y conectar áreas al impulsar actividades que aprovechan el suelo con fines económicos, que benefician directamente a las comunidades, pero que cuidan a la vez la integridad de los suelos. Así, los asentamientos humanos se convierten en sustentables en el tiempo y protegen a la vez las zonas núcleo o áreas protegidas. Los corredores traen consigo un millar de beneficios. No solo permiten el paso libre de animales, además recupera la funcionalidad de los bosques, los hace más resilientes a perturbaciones, previene la erosión del suelo, mejora el funcionamiento de tierras agrícolas, e impulsan el turismo.

Reconectar bosques es también aumentar nuestra posibilidad de reconectarnos con la naturaleza, de sincronizar lo urbano con lo rural en un solo corredor de experiencias en las que todo seamos partícipes en beneficio del ambiente natural que debemos proteger.

1) Castellanos, A. (2011). Andean bear home ranges in the Intag region, Ecuador. In Ursus (Vol. 22, Issue 1, pp. 65–73). https://doi.org/10.2192/URSUS-D-1000006.1

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